Gabriela Gamen no buscaba un nuevo título, pero tenía algo mucho más valioso: ganas de seguir aprendiendo. Y no optó por cualquier materia, ni cualquier cátedra: eligió Marketing Digital y al profesor Tomás Cazalá, su hijo. Se anotó como oyente, acompañada por una amiga, aceptando de antemano el desafío que él le propuso: “Tenés que rendir todos los exámenes, exponer el trabajo práctico final y comprometerse al 100%, como cualquier estudiante regular”, le dijo Tomás. Y ella cumplió: no faltó a clases, participó, estudió y aprobó. Como una más.

Nadie sabía que esa alumna tan comprometida era su madre. Tampoco que cada domingo, mientras él iba a almorzar a su casa, la encontraba rodeada de apuntes, estudiando con dedicación. Durante un cuatrimestre, compartieron el aula en silencio, como si ese vínculo no necesitara ser explicado, solo vivido.

El último día de clases, al entregar las notas, Tomás felicitó a quienes se graduaron con la materia e invitó al frente a los oyentes que completaron la cursada. No lo tenía planeado, pero al verla allí, no pudo contener las lágrimas. Entonces, con la voz entrecortada, dijo ante el centenar de alumnos: “Ella es mi mamá y fue mi alumna; y yo fui su docente”.

Ante la mirada atónita del curso, la emoción se coló en el aula cuando emocionados se abrazaron. La escena ocurrió a finales del segundo cuatrimestre de 2024, y en estos días se hizo viral cuando Tomás la compartió en su cuenta de TikTok e Instagram. “Ojalá yo tenga, a los 62 años, las mismas ganas de aprender que tiene ella”, dijo conmovido.

Gabriela durante una exposición grupal

De hijo a docente

A los 29 años, Tomás Cazalá se abrió paso en las aulas de la Universidad de Buenos Aires. Es licenciado en Administración y comenzó a dar clases a los 21, como ayudante en Seminarios de Gestión de Pymes. Desde hace tres años, es profesor adjunto interino ad honorem de la materia que él mismo impulsó dentro del plan de estudios: Marketing Digital, en la Facultad de Ciencias Económicas. “Después de tres años de insistir, me dieron la posibilidad de presentar el plan de estudios, que fue aprobado por el Consejo dentro de la UBA”, resume sobre el camino que lo llevó a estar al frente de una materia que llega a tener cientos de alumnos por año.

Durante la pandemia, y aún viviendo en la casa familiar, comenzó a dar clases virtuales. Gabriela, su mamá, no solo fue testigo de esas clases, sino empezó a interesarse por lo que escuchaba desde la habitación de al lado. El contenido del curso se volvió tema de conversación entre madre e hijo, en charlas cotidianas que mezclaban lo doméstico con lo académico.

Lo que Tomás no sabía era que llegaría el día en que enfrentaría uno de sus mayores desafíos universitarios: convertirse en el profesor de su mamá. Gabriela, licenciada en Sistemas y empleada del Banco Provincia, sintió un interés genuino por el marketing digital. “Empezó a comentarme que le interesaría aprender más de marketing digital, hacer un curso…”, recuerda Tomás la conversación previa a proponerle que se anotara como oyente en su materia.

A Gabriela se le iluminaron los ojos. Pero ese entusiasmo inicial se puso a prueba cuando su hijo le explicó que no sería condescendiente, ni haría excepciones con ella. “Le dije: ‘Te acepto como oyente, pero si te lo tomás en serio. Vas a tener que rendir parciales, venir a clase y exponer el trabajo práctico final, como lo hacen todos’”, revive el docente. Ella aceptó el reto, y para sentirse más cómoda, invitó a su amiga Alejandra a acompañarla en esa nueva aventura académica.

Complicidad dentro y fuera de casa

Desde el primer día, Gabriela se comportó como una estudiante más. “No le dije a ninguno de mis ayudantes —que eran catorce— quién era ella. En la materia, dentro de todo nueva, cursan más de 100 alumnos por cuatrimestre, y nadie supo que esa mujer que se sentaba en primera fila era mi mamá”, asegura Tomás.

El compromiso fue total. Gabriela estudió cada tema, rindió los exámenes, participó en clase y trabajó codo a codo con su grupo. Mientras tanto, Tomás mantenía la distancia justa y necesaria: la trataba como a cualquier alumna. “La veía los domingos, cuando iba a almorzar a su casa, con los apuntes sobre la mesa. Me hablaba de la cursada, discutíamos conceptos. Eso me llenaba de orgullo”, admite.

Lo que comenzó como una curiosidad por los nuevos conceptos de marketing, se convirtió en una experiencia que rompió la rutina de madre e hijo, y los marcó para siempre. “Hubo un momento en que pensé que iba a abandonar, pero fue todo lo contrario. Descubrí una constancia y una perseverancia en ella que me sorprendieron. Compartir cada lunes el aula, y el viaje desde zona norte hasta la facultad, me ayudó a reconectar con ella desde otro lugar. Ese cuatrimestre fortaleció nuestra relación”, asegura conmovido.

En ese tono íntimo, cuenta que, para no levantar sospechas, Gabriela le pedía bajarse una cuadra antes de llegar a la facultad. “No tenía nada de malo, pero yo tampoco quería que ella se sintiera diferente, ni que los demás sintieran algún tipo de rispidez por lo que pudieran decir por ser la mamá del profesor”, explica.

Tomás y Gabriela frente a la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA

El día que la emoción se apoderó del aula

El último día de clases, como es costumbre, Tomás preparó unas palabras de cierre para sus estudiantes. El aula estaba llena. Había quienes se graduaban, otros que habían cursado como parte de la formación optativa, y algunos oyentes que, sin necesitarlo, habían decidido aprender algo nuevo y comprometerse hasta el final. Entre ellos, Gabriela.

“Siempre agradezco a quienes terminan la cursada, y en especial a los oyentes, porque no tienen la obligación académica de estar ahí, pero están asumiendo el compromiso”, cuenta Tomás. Ese día, mientras entregaba las notas, decidió romper el pacto de silencio que había mantenido durante todo el cuatrimestre. Conmovido, antes de que Gabriela regresara a su banco, se detuvo, miró al curso y dijo les en voz alta: “Una de estas oyentes fue mi mamá”.

La reacción de todos fue inmediata. Un murmullo recorrió el aula, seguido de aplausos y emoción genuina de quienes hasta habían creado un vínculo con la mujer. La escena del conmovedor abrazo quedó registrada por una estudiante que filmaba a uno de sus compañeros recién recibidos.

“No lo tenía planeado, pero sentí que era el momento de reconocerla por lo que hizo. Me salió del alma”, explica Tomás. Hace unos días, compartió el video y miles de usuarios se emocionaron con la historia. “Lo que más destaco de ella como alumna es la perseverancia y que es curiosa: le gusta saber. Junto con su grupo hicieron preguntas buenas y expusieron bien. Me sentí muy sorprendido y emocionado”, finaliza.