
“Recuerda, recuerda, el 5 de noviembre, el complot y traición de la pólvora. Porque no veo razón por la cual la Traición de la Pólvora debería ser olvidada”. Hace más de cuatrocientos años que Inglaterra repite ese dicho popular, que empezó siendo una reivindicación de la monarquía y el anglicanismo y que desde hace muchas décadas se transformó en prácticamente lo opuesto: un recordatorio de que el poder establecido puede ser desafiado.
La fecha del recordatorio no es casual sino una cicatriz en la historia inglesa. El 5 de noviembre de 1605 se produjo la llamada “Conspiración de la Pólvora”. Fue un plan urdido secretamente para, en medio de una interna religiosa feroz, asesinar a los principales protagonistas de la política del país, empezando por el rey Jacobo I. Los conspiradores no llegaron a cumplir su objetivo, pero ese día la historia de Inglaterra cambió para siempre.
Anglicanos y católicos, enfrentados
En los primeros años del 1600, el país atravesaba una intensa tensión religiosa. Enrique VIII había tomado el control de la Iglesia inglesa en el siglo anterior, y había separado la religión oficial de su país del Papa de Roma, es decir, del catolicismo.
Pero aunque la religión oficial pasó a ser el anglicalismo, hacia el 1600 había miles y miles de católicos ingleses. Por sus creencias y costumbres, estaban oficialmente obligados a pagar multas por lo que el Estado denominaba “recusantismo”, es decir, por negarse a asistir a los servicios eclesiásticos anglicanos.

Los católicos más pudientes debían pagar hasta 20 libras esterlinas mensuales o, en caso de explotar alquileres, estaban obligados a entregar dos tercios de lo que obtenían. Pero además, corrían el riesgo de ser encarcelados e incluso ejecutados.
Una breve ilusión
En 1603 murió la reina Isabel I y se abrió una esperanza entre los ingleses católicos que vivían en la isla y también entre los que se habían exiliado por la persecución religiosa. Jacobo I era el heredero del trono: era hijo de María, reina de Escocia y católica.
Ese origen abría las expectativas de que el rechazo a quienes no eran anglicanos se aliviara y la tensión disminuyera. En efecto, durante los primeros meses de su reinado, Jacobo I se mostró más bien moderado respecto de la población católica.
Pero el escenario cambió drásticamente enseguida. El rey sostuvo que la paz sólo se conseguiría mediante “profesar la verdadera religión”. En febrero de 1604 Jacobo I fue por más: ordenó que todos los sacerdotes jesuitas y católicos abandonaran el territorio inglés y reimpuso las multas por recusantismo, que se habían suspendido por un breve tiempo.
El origen del complot
Cuando terminó de esfumarse la posibilidad de que ser católico no fuera motivo de persecución en Inglaterra, empezó a constuirse la “Conspiración de la Pólvora”. Robert Catesby, un hombre de la aristocracia que pertenecía a una familia de largo linaje entre las clases altas del país, fue el iniciador del plan.

Catesby ya había partipado en 1601 de una revuelta en Essex que buscaba destituir a la entonces reina, y la persecución a sus creencias lo puso a pensar cómo lograr la destitución de Jacobo I. Enseguida encontraría con quién asociarse.
John Wright, también participante de la Revuelta de Essex, se sumó a las intenciones de Catesby. Lo primero que hicieron fue intentar conseguir apoyo extranjero. En 1603, una misión enviada a la corte de Felipe III de España fracasó a la hora de convencer a los ibéricos de que invadieran Inglaterra.
Hubo un segundo intento de interpelar a España en febrero de 1604. Para ese entonces, también se había sumado Thomas Wintour a la conspiración: era un soldado con enorme experiencia y un gran erudito. No consiguieron el visto bueno de España, que en ese entonces intentaba consagrar un vínculo pacífico con Inglaterra. Pero consiguieron a un hombre: Guy Fawkes.
Experto en explosivos
Fawkes había nacido en el seno de una familia protestante, pero se había convertido al catolicismo luego de que su madre se casara en segundas nupcias con un practicante de esa religión constantemente señalado como recusante. Se unió al ejército español en la Guerra de los Ochenta Años, que enfrentó a esa nación con los neerlandeses protestantes.
Su experiencia militar, que duró más de diez años, lo volvió un experto en explosivos. Wintour fue quien convenció a Fawkes de que volviera a Inglaterra. Fue hacia abril de 1604. Wintour le explicó a Fawkes que él y otras tres personas tenían “un plan para hacer algo” y le rogó que los escuchara.

Los cinco primeros conspiradores, ya contando a Fawkes, se reunieron el 20 de mayo de 1604: juraron sobre un libro de oraciones católicas que guardarían el secreto sobre el plan que estaban urdiendo. Pretendían nada menos que asesinar al rey Jacobo I y a los demás grandes protagonistas de la política inglesa.
Detonar el Parlamento
El homicidio no se llevaría a cabo en cualquier lado. Los protagonistas de la Conspiración de la Pólvora diseñaron un plan que implicaba hacer volar el Parlamento el 5 de noviembre de 1605, el día previsto para la apertura anual del Palacio Legislativo.
Además de ese objetivo principal, los conspiradores pretendían secuestrar a la princesa Isabel, que tenía nueve años y era hija de Jacobo I. Querían, tras el atentado, instalarla en el trono pero bajo el catolicismo como religión oficial.
Para llevar a cabo la detonación, el conspirador Thomas Percy alquiló una propiedad muy cercana al Parlamento. Fawkes se hizo pasar por un tal John Johnson, sirviente de Percy, para moverse por la zona. La intención inicial de los miembros de la Conspiración de la Pólvora era cavar un túnel que conectara esa propiedad con la Cámara de los Lores. Sin embargo, el esfuerzo resultó estéril. No había manera de llegar al objetivo.
Encontraron otra solución. En marzo de 1605, Percy pudo arrendar una especie de almacén subterráneo que funcionaba debajo de la Cámara de los Lores. Había sido una cocina medieval, estaba en completo desuso y era perfecta para hacer avanzar la conspiración.

Guy Fawkes fue el encargado de preparar allí los explosivos que iban a hacer volar el Parlamento. En un principio, acumularon allí veinte barriles de pólvora, pero hacia el 20 de julio totalizaban 36 barriles perfectamente ocultos debajo de montañas de carbón y leña.
Según investigaciones hechas durante el siglo XX, si la detonación se hubiera llegado a producir, y en caso de que toda la pólvora estuviera en buenas condiciones, la Cámara de los Lores habría quedado hecha escombros. Fawkes había acumulado el doble de los explosivos que necesitaba para el atentado, y nadie a cien metros a la redonda habría sobrevivido.
Una carta anónima como advertencia
Pero la detonación no ocurrió. Esos 18 meses de planificación minuciosa empezaron a venirse abajo durante los últimos días de octubre de 1605. Los conspiradores se enfrentaron a una preocupación que habían minimizado: en el Parlamento, además de aquellos a los que deliberadamente querían asesinar, estarían también algunos de sus correligionarios.
El 26 de octubre el Barón de Monteagle recibió una carta anónima que le advertía que evitara asistir al Parlamento porque se produciría un “golpe terrible”. El Barón era cuñado de uno de los conspiradores y un opositor a la resistencia violenta de los católicos, y no dudó en mostrar la carta a otro integrante de la nobleza, el Conde de Salisbury.
La voz se empezó a correr y empezo a haber internas entre los conspiradores respecto de si irían a fondo con su plan o lo suspenderían. El 1º de noviembre, el rey Jacobo I llegó a Londres y tuvo acceso a la carta. Sospechó inmediatamente, por el contenido de la misma, de un plan que incluiría fuego y pólvora, y ordenó una búsqueda exhaustiva en la capital inglesa.

El 4 de noviembre la búsqueda dio como resultado el hallazgo de una gran pila de leña en el almacén subterráneo que había arrendado Percy y que custiodaba el presunto John Johnson, que en realidad era Fawkes. El monarca exigió que la investigación fuera más profunda y, esa misma noche, las fuerzas reales encontraron al experto en explosivos con un sombrero, un abrigo y cerca de los barriles de pólvora.
Un criminal inquebrantable
El arresto de Fawkes fue inmediato y al día de hoy la linterna que llevaba consigo cuando lo encontraron se exhibe en un museo. Faltaban apenas horas para que hiciera volar por los aires el edificio del Parlamento, considerado “la piedra fundamental del Estado inglés”.
Fawkes fue llevado ante el rey y no dudó en mantener una postura desafiante. Insistió en identificarse como John Johnson, se negó a implicar a otras personas y declaró que su objetivo era destruir al monarca y el Parlamento. Jacobo I sintió admiración por esa firmeza.
La admiración, sin embargo, no le impidió ordenar inmediatamente que Fawkes fuera torturado. Jacobo I indicó que los métodos de tortura fueran de menor a mayor, incluyendo el uso de grilletes e incluso del potro, que podía llegar a desmembrar al torturado.
El 7 de noviembre Fawkes reveló su verdadera identidad. Los demás conspiradores habían emprendido la huida cuando se descubrió el complot. Se trasladaron a los Midlands, es decir, la región media del país. El 8 de noviembre, las fuerzas policiales sitiaron el escondite de los principales participantes del intento de traición con unos 200 hombres. Se abrió el fuego: algunos conspiradores resultaron muertos; otros, capturados y trasladados a la Torre de Londres. El 9 de noviembre Fawkes firmó su rendición.
Pena máxima por traición
El 27 de enero de 1606 se llevó a cabo el juicio a los conspiradores sobrevivientes. El fiscal general del caso, Sir Edward Coke, los acusó de “traición jesuita”. Todos fueron condenados por alta traición y sentenciados a ser ahorcados, arrastrados y descuartizados.

Los culpables serían arrastrados por caballos, colgados pero descolgados justo antes de morir, castrados, destripados -verían sus intentinos quemarse delante suyo-, decapitados y descuartizados. Las partes de sus cuerpos serían exhibidas como una advertencia a cualquier disidente.
La ejecución de los cuatro conspiradores que habían sobrevivido fue el 31 de enero justo frente al edificio que habían querido detonar. Guy Fawkws saltó del cadalso antes de ser ahorcado: se rompió el cuello para evitar la agonía y la mutilación final.
De villano a héroe
El pueblo inglés sintió alivio. Cuando dimensionó que el Parlamento y el monarca iban a explotar y que, finalmente, nada de eso había pasado, hubo una ola de serenidad en el país. Para no olvidar lo que había pasado y de lo que se habían salvado, Jacobo I impulsó la Ley de Observancia del 5 de noviembre, según la cual debía conmemorarse lo ocurrido cada año.

Así, el 5 de noviembre de 1606 nació formalmente la celebración de la Noche de Guy Fawkes, también llamada Noche de los Fuegos Artificiales o Noche de las Hogueras. La tradición indicaba hacer repicar las campanas y encender, justamente, hogueras. Era una forma de no olvidar ese casi atentado y ese renacimiento de la Inglaterra monárquica que había estado a punto de desaparecer.
Pero la celebración fue cambiando a lo largo de los años, las décadas y los siglos. La observancia anual estuvo vigente hasta 1859, y aunque al principio fue una celebración muy anticatólica y patriótica, con el tiempo se reconvirtió. En un principio se quemaban efigies del Papa, aunque luego empezó a construirse la tradición de que los chicos prepararan efigies del mismísimo Fawkes.
A fines del siglo XVIII, los 5 de noviembre empezaron a volverse cada vez más vandálicos. Había quienes arrancaban maderas de las casas y de las vallas para mantener vivas las hogueras. El fin de la observancia anual obligatoria por ley dio paso a un sentido menos anticatólico de la celebración, cada vez más popular.
La efigie de Fawkes ha sido sustituida a lo largo de las décadas por otros rostros, repudiados por los ingleses: el Papa de turno, los zares rusos, Margaret Thatcher, Adolf Hitler.

Mientras tanto, los rasgos que las ilustraciones le atribuyeron a Fawkes y que viajaron en el tiempo empezaron a cobrar otro significado. Esos rasgos inspiraron la máscara del personaje de cómic V, de V for Vendetta, cuya historia después fue adaptada al cine. Y esa máscara se volvería, mucho más acá en el tiempo, la elegida por la comunidad virtual Anonymous como un ícono de cierto espíritu anárquico.
Es que el correr de la historia fue convirtiendo a Fawkes en un héroe más que en un villano. Quedó atrás el traidor católico que fue parte -la parte más visible- de un plan criminal que desestabilizaría a todo el país, y se impuso otra mirada. La de un hombre dispuesto a desafiar el orden establecido, las injusticias, el abuso de poder. Y dispuesto a todo eso sin importar las consecuencias.



