La jubilación es una de las diez transiciones vitales más estresantes, comparable a un divorcio o a una mudanza radical (Freepik)

“Cada día que entraba al trabajo, lo único que quería era salir. ¿Entonces por qué diablos ahora me cuesta tanto irme?”, dice Darryl Philbin cuando se despide de sus compañeros de The Office. Renunció por propia decisión, pero cuando llega el momento de cerrar la puerta se da cuenta de que lo que duele no es irse, sino dejar de ser quien fue durante tantos años. El retiro laboral se parece un poco a eso. Durante décadas soñamos con el “por fin”: con el tiempo libre, los viajes, la calma, las mañanas sin despertador. Pero cuando el horizonte se acerca, el sueño empieza a mezclarse con la ansiedad. Lo que parecía una meta se convierte en un precipicio.

El retiro como vértigo identitario

En nuestra imaginación al final de las jornadas agotadoras de trabajo, el retiro suele mostrarse como una puerta luminosa hacia la libertad. En la vida real, es más parecido a un puente que cruza una niebla espesa: del otro lado no se ve con claridad quién seremos. Según la American Psychological Association (APA), la jubilación es una de las diez transiciones vitales más estresantes, comparable a un divorcio o a una mudanza radical. No se trata solo de dejar de trabajar, sino de perder un eje de identidad, una rutina que ordena los días y da sentido a las horas.

Retirarse no es fácil y puede despertar ansiedades e inseguridades, especialmente cuando la identidad de una persona ha estado tan ligada al trabajo durante tanto tiempo”, escribió The Guardian en un artículo reciente. Viktor Frankl decía que el ser humano no necesita placer o poder, sino un “por qué” que lo mantenga de pie. Muchas veces, cuando el trabajo desaparece, ese “por qué” se desdibuja. ¿Cuántas veces hemos respondido a la pregunta quién soy diciendo qué hago? ¿Quién soy ahora que no soy la maestra, el jefe, la periodista, el empleado? Todo lo familiar se reconfigura. Jubilarse no es simplemente dejar de trabajar: es dejar de ser lo que el trabajo nos hizo ser.

Según un informe de la Harvard Business Review, la salud mental de los nuevos jubilados puede caer entre un 6 y un 9% durante los primeros seis años posteriores al retiro. Un estudio de Newsweek revela que el 63% de los estadounidenses teme tener que volver a trabajar después de jubilarse, y que la mayoría se aproxima al retiro con ansiedad, no con ilusión.

En algunos lugares del mundo la jubilación se está repensando. El sistema de salud británico, por ejemplo, permite retiros flexibles, con reducción de jornada o retorno parcial, lo que evita el corte abrupto y mejora la salud mental (imagen ilustrativa Infobae)

En Argentina, la jubilación llega muchas veces acompañada de una sensación de desprotección. Las jubilaciones mínimas están muy por debajo del costo de vida, no existen créditos accesibles pensados para ese momento de transición y los programas de acompañamiento son escasos. Tampoco hay —salvo excepciones puntuales— comunidades o espacios de encuentro sostenidos para quienes dejan de trabajar. A eso se suma que el mercado laboral cierra sus puertas mucho antes de la edad jubilatoria: conseguir un empleo formal después de los 55 años se vuelve casi imposible, especialmente para las mujeres. La consecuencia es un retiro que no siempre se elige, sino que se padece, y que encuentra a muchos mayores en la paradoja de vivir más años, pero con menos recursos y menos red.

En los barrios, las universidades para adultos mayores y los talleres del PAMI intentan cubrir ese vacío con actividades que devuelven estructura y sentido, pero lo hacen sin coordinación general. Falta una estrategia nacional que entienda que jubilarse no es solo cambiar de ingreso, sino redefinir el lugar que ocupamos en la sociedad.

Algunas empresas, bancos, compañías comienzan a encontrarse con el problema, sin tener todavía las herramientas para hacerle frente. No es una novedad, pero sí tiene una nueva perspectiva. En la nueva longevidad activa y saludable, qué hacer después de la jubilación abre nuevos miedos y desafíos.

En muchos casos, no saben cómo acompañar a quienes están por irse. El retiro suele gestionarse con un acto formal, un reloj simbólico, una cena de despedida. Pero emocionalmente, no hay acompañamiento. Solo algunas empresas globales implementan programas de prejubilación o mentoría, donde los trabajadores próximos a retirarse comparten su experiencia y preparan el traspaso.

Más del 80% de los futuros jubilados se declara estresado por el tema, según Investopedia, y ese estrés se traduce en síntomas físicos: insomnio, hipertensión, depresión. La Yale School of Public Health agregó otro dato revelador: los retiros forzosos afectan más la salud mental de las mujeres trabajadoras manuales que la de sus pares de oficina. Las hospitalizaciones por enfermedades mentales aumentaron un 16,6% después de la jubilación obligatoria. El retiro, entonces, no es igual para todos. No es lo mismo dejar un trabajo por deseo que hacerlo porque el cuerpo o el sistema te expulsan.

“Retirarse no es fácil y puede despertar ansiedades e inseguridades, especialmente cuando la identidad de una persona ha estado tan ligada al trabajo durante tanto tiempo”, dice

Señales de cambio

Solo algunas organizaciones y Gobiernos locales están empezando a mirar el retiro con otros ojos. En Córdoba, por ejemplo, el Ministerio de Capital Humano lanzó talleres de preparación para la jubilación que combinan orientación financiera, emocional y de propósito. En Uruguay, el Banco de Previsión Social ofrece cursos donde los futuros jubilados trabajan, durante semanas, el modo de reorganizar el tiempo y los vínculos antes de dar el paso. En el sector privado, algunas compañías —como Toyota y Santander— implementaron programas de mentoría inversa, en los que los empleados próximos a retirarse acompañan a los más jóvenes en la transmisión del conocimiento acumulado. En Brasil, el SESC creó un plan llamado Programa de Preparação para Aposentadoria, que incluye desde talleres de arte hasta planificación del “día después del trabajo”. Son señales pequeñas, pero muestran que el retiro puede pensarse como transición, no como desaparición.

Qué dicen los expertos

Los expertos coinciden en que el principal obstáculo no es la falta de dinero, sino la falta de preparación emocional y organizacional. “Las empresas invierten fortunas en contratar, pero casi nada en acompañar el final de la carrera”, señala la psicóloga laboral uruguaya Mariana González, que coordina programas de pre-retiro en Montevideo. Para ella, el cambio clave está en “transformar la despedida en un proceso compartido”, donde el trabajador pueda transferir su experiencia y al mismo tiempo comenzar a planificar su nueva vida. El gerontólogo brasileño Carlos Aranha, asesor del SESC-SP, lo define así: “El retiro no debe ser una caída, sino una curva suave. Si se lo acompaña bien, puede ser una de las etapas más creativas de la vida”.

Aprender del mundo

En otros lugares del mundo, el retiro se está repensando. El sistema de salud británico —el NHS— permite retiros flexibles, con reducción de jornada o retorno parcial, lo que evita el corte abrupto y mejora la salud mental. En Canadá, el Gobierno federal ofrece cursos presenciales para planificar finanzas, salud y propósito. Y en España, los programas de “Jubilación activa” invitan a estudiar, enseñar o emprender proyectos nuevos. Cada iniciativa comparte una misma idea: no se trata de trabajar más, sino de seguir siendo parte.

La mayoría de las empresas no tiene herramientas para acompañar emocionalmente a aquellos que están por irse (Freepik)

Epílogo

En el último capítulo de The Office, los empleados miran atrás y se dan cuenta de que lo importante no eran los reportes ni las ventas, sino las conversaciones, las risas, la convivencia. Darryl, aquel que soñaba con irse, entiende al fin que el trabajo fue su comunidad.

En Japón, donde el término ikigai designa “la razón para levantarse cada mañana”, la jubilación no implica dejar de trabajar, sino cambiar de propósito. Ese modelo —más cultural que económico— propone una transición más humana, donde el sentido se mantiene incluso cuando el empleo termina.

La jubilación también puede ser eso: el intento de crear una nueva comunidad cuando la anterior se disuelve. Quizás no se trata de dejar de trabajar, sino de dejar de trabajar para sobrevivir y empezar a hacerlo para vivir.

Si vamos a vivir más, vivamos mejor.