
Arte entre las artes, la danza. Libertad, la danza.
Quien baila es atravesado por la melodía. Se entrega. Se deja envolver. Envuelve a quien mira. En el instante de bailar no hay más mundo que el de la música y su tempo. Que el del movimiento. El ritmo. La expresividad. Quien baila, vive.
Para Edith Eger sería más que una imagen retórica. Cuando de pequeña bailaba ballet y soñaba con ser gimnasta olímpica jamás lo imaginó: la danza sería su sentencia de vida.
Edith Eva Eger nació en Hungría, en 1927. Era la menor de tres hermanas, de una familia judía, como tantas. Una familia con dotes para las artes. Su hermana mayor, Klara, era violinista y había sido admitida en el Conservatorio de Budapest. Su hermana Magda era pianista. Edith tomaba clases de ballet y practicaba gimnasia, formaba parte del equipo olímpico de esta disciplina en su país. Soñaba con participar y brillar en los Juegos. Soñaba, también, con destacarse como su hermanas, quienes tocaban juntas, y ganarse la admiración de su familia. “Las dos eran conocidas porque Magda acompañaba a Klara y la gente ni siquiera sabía que yo existía”. “Creo que pasé mucho tiempo sola y eso me preparó mucho, mucho para Auschwitz” —dirá en una entrevista para el pódcast Tiene que haber algo más, de la ingeniera en sistemas y emprendedora Magalí Bejar, unos ochenta años después.
Edith era una adolescnete cuando, en 1942, el Gobierno húngaro anunció nuevas leyes antijudías y fue expulsada del equipo de gimnasia. El 19 de marzo de 1944 las fuerzas alemanas tomaron su país. Los judíos que vivían allí fueron hacinados en guetos. Ella se trasladó con sus padres y su hermana Magda al gueto de Košice, como se llamaba entonces su ciudad natal. Klara se escondió con su profesor de música.
En abril, su familia, junto a otros 12.000 judíos, fue obligada a permanecer en una fábrica de ladrillos durante un mes. En mayo fueron deportados a Auschwitz.
El destino que tenía frente a ella era una cámara de gas. Fue el mismo “Ángel de la muerte”, Josef Mengele, el que la apartó. La arrancó de su madre, que fue asesinada allí. Y la noche de ese día, su primera noche en Auschwitz, la hizo bailar para él.
El médico que experimentaba con seres humanos era un amante del arte. Y los jerarcas nazis solían elegir a prisioneras como objetos de entretenimiento. Mengele vio a Edith y la escogió. Sus compañeras de reclusión la empujaron a danzar. Se la llevó a su cuartel. Y la música sonó. Primero, El Danubio Azul, el vals de Johann Strauss; luego, Romeo y Julieta, de Tchaikovsky.
Era el mismísimo infierno sobre la Tierra. Su madre acababa de morir. Ella tenía 16 años. Cerró los ojos y se trasladó al centro del escenario de la Ópera de Budapest, ante un público expectante por admirarla y ovacionarla. Y bailó como si estuviese ahí. Bailó como si estuviese ante ellos.
Del otro lado de la fantasía, el siniestro médico de las SS se deleitaba. Su danza lo cautivó. Y Edith vivió.
En agradecimiento, Mengele le dio un trozo de pan que ella compartió con otras niñas.
Ese instante, esa noche, dio inicio al resto de su vida. Su otra vida. La de la supervivencia. La de la resiliencia. La que décadas más tarde, a sus noventa años, la llevaría a escribir La bailarina de Auschwitz, un libro con sus memorias convertido en bestseller mundial.

En la entrevista que dio para el pódcast Tiene que haber algo más, en 2023, la conductora le preguntó por qué había decidido publicar su primer libro contando lo sucedido recién a sus 90 años. Edith respondió: “Durante muchos años la gente me pidió que escribiera un libro, que escribiera un libro, y yo automáticamente decía que no tenía nada que decir. Finalmente, Philip Zimbardo, de Stanford [N. de la R. un psicólogo e investigador del comportamiento estadounidense, quien presidió la Asociación Norteamericana de Psicología, fallecido en 2024] me llamó y me dijo que había investigado y que las personas que sobrevivieron y son famosas eran todas hombres y se necesitaba una voz femenina. Así es como La Bailarina de Auschwitz es la voz femenina de Viktor Frankl”.
Viktor Frankl —reconocido neurólogo, psiquiatra y filósofo austríaco, fundador de la logoterapia, un tipo de análisis existencial, fallecido en 1997—, también era un sobreviviente del nazismo. Pasó por cuatro campos de concentración —Theresienstadt, Kaufering, Turkheim y Auschwitz—, experiencia que volcó en el libro, también bestseller, El hombre en busca de sentido (1946). Y se convertiría en el mentor de Edith.
Después de sobrevivir a Auschwitz, ella también pasó por otros campos de exterminio. Estaba en el de Mauthausen cuando los nazis comenzaron a evacuarlos sabiendo los pasos de los aliados cada vez más cerca. Entonces fue enviada con su hermana Magda al campo de concentración de Gunskirchen, a unos 55 kilómetros, en una “marcha de la muerte”: una caminata bajo el frío extremo, prácticamente sin alimento ni descanso. Allí, quienes no podían seguir andando eran fusilados.
En un momento Edith llegó a su límite. Estaba débil y físicamente agotada. Fue ahí cuando las niñas con las que había compartido el pan que le dio Mengele aquella noche de la danza la reconocieron y la ayudaron a llegar: “Me armaron una silla con sus brazos y me sacaron. Es hermoso que, en el lugar más oscuro, en la peor situación, la gente pueda sacar lo mejor de sí misma”, recordó en un diálogo con Infobae, en 2020.
En Gunskirchen Edith comió pasto para sobrevivir. Aún así, cuando el Ejército estadounidense liberó el campo, en mayo de 1945, la dieron por muerta entre los cadáveres. Pero un soldado vio que su mano se movía. Quizás en el sueño del agotamiento, en la entrega final del cuerpo, cuando ya no podía luchar, cuando ya no podía hacer más, su espíritu siguió bailando.
El soldado buscó atención médica y la salvó. Pesaba 32 kilos. Su espalda estaba rota, su organismo enfermo. Pero Edith vivió.

“Creo que Auschwitz fue un aula maravillosa para aprender realmente a no permitir nunca ser una víctima. Fui victimizada, no es mi identidad, no es quién soy, es lo que me hicieron”, dijo en la entrevista de 2023. Y lo repitió en muchas otras ocasiones. En otras entrevistas. Lo deja claro: no es víctima, es sobreviviente. No tolera la idea de sentirse o de que la vean como una víctima. “No es lo que soy. Es lo que me hicieron”, repite, sentencia.
Al finalizar la guerra, Edith huyó a la antigua Checoslovaquia desde donde migró luego, en 1949, a los Estados Unidos. Allí comenzó otra vida.
Pasó un tiempo recluida, “escondida”, por no saber el idioma, por no saber cómo explicar quién era, de dónde venía, ni cuán pesado era lo que traía a cuestas. Pero luego comenzó a estudiar Psicología, disciplina en la que se doctoró, y se convirtió en terapeuta especialista en trastornos por estrés postraumático. También se casó y tuvo a su primera hija a los 19, poco después de haber escapado de Auschwitz. La vida haciéndole un jaque mate a la muerte.
Aún era una estudiante cuando conoció a Viktor Frankl, que le habló de la necesidad de superar sus traumas para alcanzar la felicidad y de que de las experiencias más trágicas podían sacarse los mayores aprendizajes.
Tras leer su libro en la Universidad de Texas escribió un artículo titulado “Viktor Frankl y yo”. Y un día recibió una carta de él diciendo que quería reunirse con ella en San Diego. “Fue maravilloso. [Él] tenía 70 años y estaba escalando montañas, aprendiendo a volar aviones. Era un hombre que verdaderamente había renacido”.
Fueron colegas y amigos. Frankl le transmitió a Edith su mirada existencial de la vida. Le habló de propósitos y sentidos.
Inspirada por él, y con los argumentos de Zimbardo, a sus 90, ella escribió su primer libro: La bailarina de Auschwitz (The Choice, en inglés, su título original) (2017), que rompió récords de ventas. Y luego otro, El regalo: 12 lecciones para salvar tu vida (The Gift: 12 Lessons to Save Your Life) (2020) también titulado En Auschwitz no había Prozac. En ellos vuelca lo aprendido en su propio camino de resiliencia y en su profesión como especialista en traumas y brinda herramientas para ayudar a las personas a salir de sus propias “prisiones mentales”. A levantarse cada día y a levantar consigo los hechos traumáticos que hayan atravesado.
“Nunca lo superas, solamente llegas a aceptarlo”, le dijo la autora a Infobae en 2020. “Una parte de mí se quedó en Auschwitz, pero no la mayor parte ni la mejor. Y creo que en los lugares más oscuros se pueden hallar nuestros recursos internos, no puedes esperar a que nadie te haga feliz. Es muy importante mirar a Auschwitz como una oportunidad para descubrir qué hay dentro tuyo, porque nada viene de afuera. Incluso hoy si esperas a que alguien te haga feliz, nunca lo serás. Tendrás que amarte a ti mismo, porque el amor propio es sinónimo de autocuidado, no es narcisismo”.
Edith lo destaca una y otra vez —tiene razones para eso—: para ella la respuesta a todo está dentro de uno. “Me gustaría que la gente supiera que muchas veces nos pasan cosas para las que nunca estuvimos preparados, así que tenemos que encontrar la respuesta en nuestro interior” —dijo en una nota para el diario El Mundo en abril de este año—. “Nosotros tenemos la capacidad de cambiarlo todo cambiando nuestra forma de pensar”.

Sobre La bailarina de Auschwitz, la autora dice que es un libro en el que derramó muchas lágrimas. Algo que recomienda con énfasis: “Está bien llorar. Lo que salga del cuerpo no te hará mal, lo que queda dentro sí lo hará. Mira lo que hacemos con la angustia, la sacamos. Y por eso es bueno gritarlo. Mucha gente lo está reprimiendo y yo fui una de esas personas. No quise ver ni hablar de Auschwitz durante casi 20 años. Así que es muy bueno llorar, gritar y reconocer que tengo una historia, pero no soy solo eso. Eso solo no es mi identidad”.
En su segundo libro, The gift, condensa lo que aprendió como psicóloga, de ella misma y de sus pacientes, y brinda herramientas para llevar una vida feliz, sin resentimiento. Una vida que permita perdonar, soltar y crecer.
Sobre el surgimiento de esa obra la autora contó que luego del primer libro le pidieron algo más práctico. Las “lecciones” que brinda en su segundo texto hace las veces de manual para aplicar ante las adversidades de la vida, para permitir el cambio, “porque si no cambias, no creces. El cambio es sinónimo de crecimiento”. Allí busca guiar a las personas “de la victimización a la fortaleza, empoderarlas, de la oscuridad a la luz, de la tragedia a la maravillosa victoria”. Son “12 consejos” para enfrentar “las cárceles mentales”. Se refiere a aquellas prisiones que observa en sus pacientes, en las que se recluyen tras un episodio traumático. Es un texto con una mirada crítica sobre el victimismo, la culpa, el miedo y la vergüenza. En él habla de personas que conocieron el dolor de diferentes maneras, veteranos de guerra, mujeres víctimas de violencia de género, personas que atravesaron abusos, intentos de homicidio y femicidio, rupturas conyugales o diagnósticos de cáncer.
Todo su trabajo muestra cómo su propia experiencia le permitió ayudar a otros. Su mensaje es certero: “Tenemos la capacidad de escapar de las prisiones que construimos en nuestras mentes y podemos elegir ser libres, sean cuales sean las circunstancias de nuestras vidas“.
Nadie podría contradecirla.
En abril de este año, a sus 97, publicó junto a Planeta una versión ficcionada y adaptada a lectores jóvenes de La bailarina de Auschwitz (Edición Young Adult). La sinopsis sintetiza su historia así: “En 1943, Edie, una joven bailarina húngara, es deportada junto con su familia a Auschwitz. A pesar de los horrores del campo de exterminio, logra sobrevivir gracias a su determinación y al apoyo de su hermana. De regreso a casa, la protagonista percibe su supervivencia más como una carga que como un regalo, hasta que descubre que, si bien no puede cambiar el pasado, sí tiene el poder de decidir cómo vivir su futuro. Esta historia inolvidable enseñará a las nuevas generaciones que siempre es posible encontrar esperanza en los momentos más oscuros de nuestras vidas”.
Las memorias de Edith Eger ya cuentan con más de tres millones de ejemplares vendidos. Cuando en la nota del pódcast le preguntan a la autora si se imaginaba que sus libros iban a tener el éxito que cosecharon ella dice que no pero que le “resulta encantador convertir la tragedia en triunfo”.
La autora dedica esta reciente publicación a sus padres, hermanas, hijos, nietos y bisnietos. Las cinco generaciones de su árbol. Eso, dijo este año a El Mundo, la familia que supo formar y nació de la supervivencia y la resiliencia, es su mayor revancha.

La fortaleza más grande de Edith para sobrevivir a la fábrica de muerte y luego al peso de esa experiencia traumática fue el control sobre sus pensamientos y el estado de su espíritu. Su imaginación y su capacidad para evadirse fueron claves en los campos. En Auschwitz “desarrollé mis recursos interiores y esperanza en la desesperación. Y en lugar de decir ‘Sí, pero’, comencé a decir ‘Sí, y’: ‘Sí, no me gusta, es inconveniente, y es temporario y puedo sobrevivir’. Nunca se pierde la esperanza», dijo en el pódcast en 2023.
Aseguró más de una vez que Auschwitz para ella fue una escuela en la que aprendió “a lidiar con lo inesperado y lo inanticipable”. También le enseñó sobre la gestión de sus emociones: luego del campo de exterminio y aún dentro de él, en las mismas fauces de la máquina de muerte que acababa de dejarla huérfana, ella, cuenta, rezaba por los nazis. Rezaba para que dejaran de odiar. Para que dejaran de matar. “Sólo siento pena por esa gente. Yo no tengo tiempo para odiar. Si odiara, seguiría siendo prisionera”, dijo en varias ocasiones.
“Creo que cuando reaccionamos no pensamos. Si nos golpean, queremos devolver el golpe. Pero luego te conviertes en uno de ellos. Soy más grande que eso”, sostuvo cuando habló con este medio en 2020. Y agregó: “La violencia trae violencia, es algo muy primitivo. A mí me gusta la negociación y el compromiso. Está mi verdad y está tu verdad, que son ambas subjetivas. No hay que negar o huir del pasado. Nunca olvidaré Auschwitz ni me repondré de lo que pasó allí, lo que voy a hacer es atravesar el valle de las sombras. Las víctimas se quedan atascadas en vez de evolucionar, revuelven sobre sí mismas. En vez de decir: “¿Por qué a mí?”, lo que digo es: “¿Ahora qué”? Aún con la revancha, no te dará la última libertad como lo hace el perdón. Si siguiera enojada con los nazis, seguiría estando prisionera y secuestrada del pasado. No les voy a dar una pulgada más. Vivo hoy, tengo tres hijos y cinco nietos y tengo siete bisnietos. Esa es mi mayor venganza contra Hitler”.



